La relación del fútbol con los intelectuales ha tendido siempre a la tirantez. Aunque en las últimas décadas han aparecido voces que mezclan con éxito pasión y pensamiento o que han logrado aportar un punto de vista novedoso, permanece esa sensación de miradas desafiantes entre intelectualidad y balompié. Distancia lógica, por otra parte, si atendemos a actitudes como la defensa acérrima por parte del hincha de jugadores que no han cumplido con sus obligaciones fiscales (reacción opuesta a la que genera la misma situación en la biografía de un político, por ejemplo); a la radicalidad con la que se afrontan las rivalidades (los míos son todos buenos, los del rival, todos malos); o a la aceptación de la trampa siempre que caiga del lado de uno.
El fútbol, una peste emocional (Antonio Machado Libros) es un interesante ensayo de Jean-Marie Brohm y Marc Perelman cuyo título deja pocas dudas sobre la opinión de sus autores: el fútbol es un elemento que embrutece a la sociedad y que la aleja del cultivo de la razón a la que debería aspirar. Más allá de la recurrente alienación, Brohm y Peleman defienden su teoría desde diferentes perspectivas, como la económica y la estética.
Utilizan el término “peste emocional” basándose en tres puntos que, a su juicio, cumple el balompié. La primera es la “intoxicación ideológica reaccionaria” que conduce al fanatismo. La segunda es su poder de contaminación: “El extraordinario poder mimético de la multitud, sus efectos de contagio mental, de sugestión, de influencia, de impresionabilidad, que suelen comportar en general reacciones gregarias de conformismo, de credibilidad, de fascinación, de identificación, de servilismo voluntario”. El tercer punto sería “el odio a la vida”. “La pasión por la guerra con tacos no es diferente en su naturaleza profunda de la pasión por la guerra a secas”, señalan.
Una visión muy pesimista del papel del fútbol en la sociedad. Y una oportunidad para el hincha de ponerse ante el espejo y observarse desde una posición diferente a la que acostumbra.